viernes, 25 de septiembre de 2009

Empuries.

(Texto de Alicia Barrientos. Escrito frente al mediterráneo a un costado de las ruinas grecorromanas de Empuries. Cuando atónitos, ella y yo, veíamos el mar.)

EMPURIES.
La vida gritaba con el sol intenso.
Los ágiles cuerpos corrían por la playamientras él, pequeño y serio,
perdía su mirada entre los reflejos de agua.
–¿Sabes qué mar es éste?–, pregunté.
No lo sabía, pero le dije: –Ya nunca serás el mismo–.
El mar besaba sus morenos pies pero él huía de su contacto.
Atrás las ruinas contaban historias de barcos y frutas y vinos y sedas.
–Naves fenicias llegaron aquí, griegos muy alejados de su tierra y finalmente los romanos–.
Sus ojos verdes atestiguaban el sol que estaba por irse.
–Ya nunca serás el mismo.–

Cuando el pasado te enfrenta y te deja su huella.


Intercambio.

(Texto de Gie-Bele Gilbert) INTERCAMBIO. Escamas. Se ha ido el agua. La boca se cae a pedazos. Restos de palabras y labios en los astros. Sin rueda. La alegría de los brazos que no te esperan. Intercambio. Huesos sin carne. Tocando dando un poco de sangre. Donando aire. Pequeño y grande. Cuando no interesa lo que no ha permanecido. Cuando todo cuenta en cuanto respire y esté vivo. Piel de resinas. ¿Deseas seguir la historia?

El Alimento de Las Almas.

(Texto de Montserrat Casanueva) EL ALIMENTO DE LAS ALMAS. Se pueden fundir dos almas en un solo beso. Mientras sus lenguas juegan, se estan devorando a alientos. Se succionana el alma uno al otro. Forman una sola manta de energía, fuera de esta dimensión, fuera de éstos cuerpos, más aún lejos de las mentes. Se trasladan las almas en un solo beso. Sus ojos hacen el amor, sus ojos también se besan, se abrazan tiernamente. Con un beso alcanzan las almas la eternidad. En un beso se vuelven eternidad.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Decretos.

Vivo mi vida de tal manera que cuando mis pies tocan el suelo por la mañana, el diablo se estremece y dice: "En la madre, éste cabrón ya se levantó."

jueves, 10 de septiembre de 2009

Ñoranzas 3.

Terminando más conversaciones, de esas en las que hablamos de todo y de nada, Martha preguntó al entrar al baño del departamento:

–¿De quién es ésta cera?–
–Pues mía–, contestó mi hermano. –La uso para quitarme los pelos de la nariz.–
–Yo insisto en que deberías hacer como yo–, le dije. –Usar un método menos doloroso como la maquinita, de esa que funciona con pilas.–
–¡Cómo crees!–, contestó alarmado. –Con esas cosas salen los pelos más gruesos, largos y pican.–

Le pregunté si era doloroso utilizar cera a lo cual contestó que no. Decidí hacer la prueba y le pedí que la pusiera a calentar con tal de experimentar qué tan efectivo era su método quita-pelos de nariz. Al instante corrió por el aparato para calentar la cera y lo conectó. Después de veinte minutos dijo que estaba listo y metió un dedo en la cera caliente para después introducirlo en mi fosa nasal derecha. Al cabo de unos tres minutos de espera, jaló con fuerza y para mi mala fortuna no pasó otra cosa más que un dolor asqueroso y una plasta de cera tibia dentro de mi nariz a modo de pegamento bloqueando el aire y causando una terrible sensación de incomodidad.

Estuvimos una hora tratando de sacar cada pedazo de cera incrustada en la pared interna de mi nariz con unas pinzas.

Finalmente pude respirar un poco. Noté la diferencia entre las fosas y repuse:  –Ah no, a mí no me dejas así. Ahora me chingo y me terminas el otro lado también.–

–Eso me pasa por comprar la cera en el mercado.–, dijo decepcionado. –La próxima vez la compro en Casa Barba.–