He tenido el gran privilegio y la gran fortuna de haber contado (y seguir contando) con Maestros excepcionales. A todos los que han sido parte de mi formación artística les debo un gran respeto y un agradecimiento profundo, único y honesto. El ser Artista es más que ser creador, es encontrar la integridad como persona, como ser. Y es gracias a las buenas, malas, excelentes o terribles enseñanzas de estos Maestros que soy lo que soy ahora. Mi intención es seguir creciendo y por tanto tener más de estos guías que puedan formarme, pero si retomo el Valdemar del presente, puedo decir que he sido enormemente afortunado.
El día de hoy me topé en Facebook con uno de mis más grandes Maestros. Y si fuera en sus palabras, podría decir que tuve un verdadero joie de vivre al ver su rostro; saber que seguía vivo, que estaba bien. Siempre fue un cabrón. Me cuestionó y ejerció presión como nadie ha podido o sabido hacerlo. Me retó e hizo la vida de cuadritos obligándome a escarbar más y más y más. Pero gracias a toda su intensidad, me convertí (según me dijo) en un verdadero "ejecutante escénico".
Bernardo Rubinstein: quien me introdujo a Baraka y The Ball. Quien me dio la oportunidad de ser parte de su obra El Laberinto de Babel. Quien hizo que Roberto Blandón dejara la bebida (al menos un fin de semana) y tomara la Antología de Borges en su lugar para intentar entender El Laberinto (aunque desde el principio de la obra se le dice al público que no intenten hacerlo, que solo la disfruten). Quien me enseñó lo que es un grito de vida, un grito de auxilio, y por encima de todas las cosas, a comprender que es verdad que el diablo vive en los detalles.
Recuerdo el día en que se despidió de mí. Estábamos en el teatro del Tec. Habíamos terminado el último ensayo que tendríamos con él y después de explicar las razones por las cuales tenía que irse, caminó hacia la puerta de salida. Algo lo detuvo. Se paró en seco y volvió la vista hacia el escenario. De su boca se escaparon dos palabras que sonaron más a un suspiro: -El teatro...-, dijo. Emprendió de nuevo su salida pero ahora fui yo quien lo detuvo. Desde el escenario le grité las últimas palabras de Para una Versión del I King que tanto trabajo le costó enseñarme: "Bernardo, no te rindas. La ergástula es oscura. La firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de su encierro puede haber un descuido, una hendidura. El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha". Bernardo entonces se volteó con lágrimas en los ojos y me dijo lo último que he escuchado de él: –Arturo, no sabes lo que acabas de hacer hoy por mí.– Después, sonrió.
Espero que ése no haya sido el final de mi historia con Bernardo. Ojalá pudiera verle algún día. No pretendo volver a ser su alumno. Lo único que quiero es reiterar que está de maravilla. Que sigue siendo ese difícil y complejo pain in the ass que siempre fue, que sigue siendo un intenso, que no ha dejado de vivir el Arte pero sobre todo, que todavía me recuerda.