Ya lo tenía todo listo. Había conseguido un bigote postizo en una tienda de disfraces no muy lejos de aquí. Me habían prestado unos lentes oscuros y me había dejado crecer la barba. Incluso me puse un sombrero. Incurrí en todo tipo de clichés con tal de no ser reconocido por mí. Algunos al verme hubieran podido decir que lo único que me faltaba era un letrero que dijera: "Estoy disfrazado".
Cuando me dijeron que iba a tener la oportunidad de entrevistarme a mí mismo cuando tenía diez años, no lo dudé ni un segundo. Se me dijo que lo único que tenía que hacer para llegar al pasado era cerrar los ojos y repetirme en voz baja una y otra vez: dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro... dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro. Al principio sonaba sencillo: uno simplemente se tira al piso, se concentra y comienza a murmurar la fecha deseada. Sin embargo ya cuando estaba listo para hacerlo no pareció tan fácil. Al instante me invadió el mayor miedo de todos: lograrlo. De cualquier manera no tardé mucho y después de terminar de disfrazarme de otro yo, me acosté en el piso de mi habitación y comencé a concentrarme y a decirme y a murmurarme. (Dos de julio de mil novecientos noventa y cuantro. Dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro. Dos de julio de mil ochocien... chingá, otra vez. Dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro. Dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro.)
–Sí Señor, es ése año.– (Shhh niño... cállate que no me concentro. Dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro, dos de julio...) –¿Concentrarse en qué Señor?– (En viajar al pasado. Dos de julio de mil novecientos noventa y cuatro. Mil novecien... chin. ¿Mil novecientos qué?) –Usted me cae bien. Es gracioso.– Y abrí los ojos. –¿Está bien? ¿Lo ayudo a levantarse?– Y era yo quien me hablaba. Lo había logrado. Sin darme cuenta había conseguido viajar al pasado y ahora me tenía en frente, sólo que claro... veinte años más joven. (Perdona.) Era una sensación extraña. Me sentía paradójicamente incómodo y desconfiado frente a mí. (Vaya. Hasta ahora entiendo por qué odiaba ése uniforme.) –¿Qué? ¿No le gusta?– (¿Te gusta a ti?) –Pues, aunque no me guste lo tengo que usar.–
Decidí levantarme del piso. Pensaba que tenía que encontrar una excusa. Algo, lo que sea para justificar la presencia de un extraño en, irónicamente, mi propia habitación. Sin embargo, una sola frase de mí mismo lo derribó todo antes de que yo pudiera inventarme cualquier pretexto. –Yo lo conozco.–
Como un perro que puede oler el miedo del otro, me sentía amenazado por mi adversario; mi yo más joven. Mi ego furioso lo negó todo, claro. (Eso no puede ser. Me has de estar confundiendo.) Pero repuso al instante. –Por eso me cae bien. Siempre que viene aquí actúa como si fuera la primera vez.– No entendí bien lo que intentaba decirme, pero lo ví tan tranquilo y con tanta confianza que decidí ya no pensar en una excusa y relajarme. Me senté en el suelo y supuse que era mejor observar primero, respirar y posteriormente iniciar con mis preguntas.
–Qué bueno que se sentó porque le voy a enseñar una canción.– Y tomó mi guitarra, bueno... su guitarra que, era o es mía también. Miré cómo torpemente la comenzaba a tocar y equivocaba en los acordes y tardaba en las pisadas. –Perdón. Es que, todavía no aprendo bien.– Y sentí como si finalmente me hubiera dado la llave para abrir la conversación de par en par. (¿Qué es lo que te cuesta trabajo?) –Cambiar de acorde, le digo, apenas llevo dos semanas de clases. Uno no nace sabiendo, o al menos eso siempre me dice mi Mamá.– (Bueno, ya te saldrá.) –Espero, porque ayer mi Papá me prometió que si aprendo a tocar Tears in Heaven de Eric Clapton me va a comprar una guitarra nueva.– Recordé que mi Papá nunca cumplió su promesa a pesar de que memoricé la canción y se la canté. Después se fue de la casa sin decir adiós. (Pues échale ganas para que te la compre.) Sin responder siguió tocando la guitarra sin presiones. (¿Ya en qué año vas?) –En primero, Señor.– (¿Y has pensado qué quieres ser de grande?) –No. Porque yo ya soy grande. Primero de secundaria.– Y reí franco. (Tienes razón. Primero de secundaria.)
Me levanté del suelo y me asomé por la ventana. Tuve de pronto curiosidad por ver cómo estaba mi calle hace veinte años. Descubrir qué cosas estaban que ahora ya no, así como identificar las que faltan que aun no sucedían, pero él pensó que yo me asomaba por otra razón. Una razón muy especial. –¿Para qué se asoma? Si él no llega hasta las ocho.– (¿Quién?) –Pues... él.– Y el tono triste en el que me dijo "él" me hizo recordarlo todo. Esa palabra, ése simple "él" me lo había resuelto. Se trataba del vecino de enfrente, mi primer amor. –¿Está bien que sienta esto?– Y yo sabía de qué hablaba. Él, yo, hablaba de un revolcar de mariposas y serpientes en el estómago al verlo. Hablaba de irse a dormir llorando por no conocer su nombre, su voz, mucho menos su abrazo. Hablaba de incontables tardes de salir a andar en bicicleta por la cuadra para verlo de lejos andar en su moto amarilla. Hablaba de horas eternas de espera para ver cómo él se cambiaba y se peinaba y se enojaba y se reía y se dormía a través de mi ventana y la de enfrente, la suya. Él hablaba de amor. (¿Qué es lo que sientes?) Y contestó mientras seguía golpeando torpemente la guitarra. –Pues es como un... es como tener hambre pero hambre que no se quita comiendo. Es como tener curiosidad de verlo siempre. Cuando me ha mirado, siento como las cosquillas que se sienten cuando sabes que ya vienen las vacaciones, pero se siente también ése nudo en la garganta como cuando repruebas un examen al que le echaste muchas ganas.– (Entiendo.) –Pero no me gusta. Parezco niña. Ahora lloro por casi cualquier cosa. Me río también casi por cualquier cosa y todo el día estoy cambiando de humor.– Dejó un instante la guitarra y se detuvo como si estuviera recordando algo. Después de una pausa repuso. –Mi prima me dijo que esos cambios de ánimo le pasan cuando está en sus días, entonces yo creo que estoy en mis días también.– Solté una carcajada por su inocencia. (Pero ella se refiere a otra cosa.) Y seguí riendo pero él, serio, contestó: –Ya sé eh, yo soy hombre. A mí no me baja.–
Volvió a tomar la guitarra y comenzó a practicar de nuevo. (Yo sé lo que te pasa.) Y él me ponía atención pero no me miraba a la cara. Entonces me acerqué a él y puse mi mano sobre mi guitarra, digo, su guitarra, para apagar las cuerdas. Le levanté el rostro y le dije. (Se llama amor.) Él me miró desencantado. –¿Amor?– (Sí, te estás enamorando por primera vez.) Quiso defenderse y contestó un poco abrupto. –Claro que no. Soy muy chico como para enamorarme de alguien.– (¿Qué no se supone que ya eres grande?) Pero su ternura me lo dijo todo. –Pues no. Apenas voy en primero de secundaria.–
Al parecer el tema no le estaba siendo del todo cómodo. Se sentía vulnerable y descubierto. Se notaba que no le gustaba mucho hablar de eso. Una parte de él se sentía avergonzada, pero intenté disipar sus temores. (Dime, ¿por qué dices que llega hasta las ocho? ¿Dónde está?) –En el Club. Los martes y jueves va a nadar y llega hasta esa hora.– (¿Y cómo sabes todo eso?) –Pues es que una amiga lo conoce y me lo contó. Conseguí su teléfono pero no me atrevo a marcar.– (¿Por qué no?) –Pues porque no sé qué decirle. Ni modo que hable y pida hablar con él y le diga que hola, no te conozco pero me gustas. O ¿qué tal si él contesta? No voy a saber qué decirle. ¿Qué tal que mejor le hablo y me quedo callado? Me gustaría aunque sea escucharlo tantito.– (Yo digo que le llames.) –No, porque aparte creo que él sospecha que me gusta porque siempre me le quedo viendo mucho tiempo y como que se saca de onda.– (¿Y has pensado en alguna otra solución?) –Sí. He pensado que lo mejor es sólo verlo desde aquí. Esperar hasta las ocho todos los martes y jueves y mirarlo de noche. Mirarlo cuando él no pueda ver que lo estoy viendo, y tal vez, algún día darle esto.– Y dejó la guitarra en el piso y sacó de un cajón un papel que dejó ver escritas dos palabras tan puras que hasta parecían temerosas de ser leídas: "Cásate conmigo". No pude evitarlo y derramé una lágrima por él, (por mí), al mismo tiempo que él derramó otra por aquel. Pero antes de que yo pudiera decirle algo, tomó el papel bruscamente y lo devolvió a la fría obscuridad del cajón. Se dio la vuelta y sin decir nada se echó a la cama a llorar. Fui tras él pero al instante me empecé a sentir liviano y transparente. Al parecer mi cuerpo se estaba desvaneciendo y volviéndose vapor. Mi vista se empezó a nublar y empecé a sentir aquello que se siente justo antes de despertar de un sueño profundo. Sólo pude escuchar antes de desaparecerme por completo que él decía muy triste: –¿Cuándo vas a crecer? ¿Cuándo dejarás de hablar solo con tus amigos imaginarios? Ya no eres un niño. Ya tienes diez años.– Y desperté.
Supe al instante que estaba de regreso, pero nada más para cerciorarme eché un vistazo al reloj: "Marzo de 2014". Respiré profundo y quedé tirado en el piso unos instantes más hasta que me asaltó un pensamiento. (El papel.) Me levanté de inmediato y corrí en dirección hacia aquel cajón. Tras encontrar ahora un montón de cosas nuevas finalmente di con aquello que tanto buscaba. "Cásate conmigo", leí. (Tanto amor desperdiciado.) Pensé. (Nunca tuve el valor de siquiera preguntarle su nombre.)
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